jueves, 27 de diciembre de 2012

“VILLA PEPITA” O EL CHALÉ DE LUISA MAYOR; por Antonio Orts



“VILLA PEPITA” O EL CHALÉ DE LUISA MAYOR
Antonio Orts
"Villa Pepita", o el chalé de Luisa Mayor, junto a las fuentes.
Superó el desafío del tiempo y se mantendrá en pie. Esta casa-chalé, que junto a la que fue antigua casa de Agustín Fuster (ahora de Magdalena Fuster y Bartolomé Gadea) conformó en sus inicios el camí dels xorros actual avenida de Sagi-Barba, permanece intacta - construcción, pintura, forjados, marcos y puertas de labrado artesanal, y hasta mobiliario de época- tras esquivar los embates de un tiempo de especulación nada propicio a salvaguardar el patrimonio vecinal. Y va a continuar estando ahí sin ser demolida para pertenecer a nuestro pueblo. El consistorio, en acertada decisión, así lo dispuso; hizo su apuesta por la cultura al determinar que este edificio emblemático junto a las fuentes, icono del pueblo de Polop, siguiera en pie. Se podrá visitar y su uso será para información y divulgación cultural; en sus dependencias y jardín habrá recitales, charlas, conferencias y exposiciones, pudiendo albergar en alguna de sus salas enseres y recuerdos de la Casa de Sigüenza.

 Josefa Mayor Pérez (1849-1933), primera dueña que inaugura "Villa Pepita".
(Fotografía del Archivo Familiar)
El interior del edificio sigue como debió ser en su inicio, tal como lo dispusieron sus primeros dueños Eusebio Mayor y Josefa Mayor en 1903. Se tiene la sensación de que aislados del trajín externo, cerca del agua y con un leve rumor de sus fuentes, allí los años no hubieran transcurrido; todo permanece inamovible, como imperecedero.
De cuántos aconteceres y trasiegos de gente de Polop habrá sido testigo esta casa, y cuántos desfiles de festeros y bandas y romerías de san Roque en fiestas del Porrat habrán pasado por su calle. Sabemos de muchos; y los que todavía habrán de pasar, porque el chalet dels xorros frente a la antigua ermita, con su mirador de verjas, su terraza, sus limoneros y jazmines seguirá en pie; seguirán los revuelos de gorriones por las cobijas de su tejado, y en primavera de cada año harán sus nidos en los aleros y voladizos de la mansión. Se han sucedido los estíos, los veraneos en Polop y las fiestas de agosto, Villa Pepita -el nombre de la primera dueña- impasible al devenir, ha permanecido.
Pero la sensación de reto al tiempo de la casa, su obstinada permanencia material, contrasta con su intangible: el ámbito de su mundo, halos de antiguos moradores y contertulios; éste sí que pereció, se extinguieron sus modos y maneras de relación social y con ellos algunas de sus pautas de urbanidad.
No conocieron a los primeros dueños, pero sí quedan vecinos del pueblo que pueden recordar a su heredera, Luisa Mayor Calbo (Valencia 1889 - Polop 1987), penúltima dueña de la casa. 

 Luisa Mayor Calbo.
Esta valenciana, hija y nieta de polopinos, llegó a Polop con 18 años junto a su padre, Agustín Mayor Pérez, Médico Titular, y con su hermano. Habían accedido a la propuesta de su tía Josefa Mayor ofreciendo ayuda al hermano viudo y buscaron bienestar y salud – ella convaleciente, muy delicada - en el campo y aguas de Polop tras dejar la miasma de su ciudad: en Valencia habían muerto ya de tifus la madre y dos hermanas adolescentes.

El médico Agustín Mayor Pérez (1846-1932), padre de Luisa Mayor.
 (Fotografía del Archivo Familiar)
Vivió en el nº 7 de la Calle Mayor de B. Palencia - una casa grande de los abuelos con jambas y dintel de piedra labrada en su puerta y atalaya con aspilleras en dos calles -, y en 1933 al morir su tía, la deja heredera de sus propiedades, entre ellas de Villa Pepita.
Un año antes había fallecido el padre, conservador, dominante y rígido a quien la hija había permanecido fiel en el servicio, sumisa y soltera. Aparentando excesivo celo por el porvenir de la joven, el viejo médico que más procurara de sí mismo y por su bien que por el ajeno, trataba con desdén a jóvenes pretendientes de la hija; si hubo alguno de su profesión lo tildó de “curandero”. No quería de ninguna manera que se casara, pero Luisa Mayor se casó al fin; se casó dos veces muerto ya el padre. La primera vez en 1934 fue en nuestra parroquia a sus 44 años con Arcadio Gonzálbez Villaplana, de Beniarrés (Alicante). Él, un año más joven que ella, educado y afable, era el auxiliar de farmacia que prestaba sus servicios en la – entonces - botica Vda. de D. José Alós de Cocentaina y que al morir en 1944 la deja heredera de todos sus bienes.

 Luisa Mayor con su primer marido, Arcadio González.
(Fotografía del Archivo Familiar)
Pasa unos años de viudedad - muy pocos - entre su casa de Beniarrés donde monta una granja avícola y Villa Pepita en Polop.
Por mediación de la familia Baldó conoce y se hace amiga en La Nucía de Carmen Duarte Marín - maestra nacional allí; después Hija adoptiva de La Nucía (1975) - con cuyo hermano, Plácido, se casa. De él se sabe que era hijo de un comercial de paños en una empresa catalana y había nacido en Enguera (Valencia) en 1896, donde su madre, pariente del pintor Pinazo, ejercía de profesora de Instrucción Pública durante la República.
El noviazgo y segunda boda de Luisa Mayor se llevaron a cabo tan escondidos, con tal discreción, y el celo en no darlos a conocer fue tanto, que ni hermano, ni sobrinos, ni demás familia allegada tuvieron noticia alguna hasta recibir por navidad su tarjeta de felicitación, y con ella la novedad de su reciente estado. La boda sin proclamas y con dispensa de amonestaciones debió celebrarse en la parroquia de algún pueblo vecino o tal vez en Alicante donde el nuevo desposado tenía familiares; en nuestro Archivo Parroquial no consta tal casamiento. Y todo por temor a que se supiera en el pueblo. Miedos y desconfianza hicieron que la viuda llevase el noviazgo con grandes cautelas y disimulo; le amedrentaba sólo pensar que pudiera suceder lo acaecido en el segundo desposorio de su padre, cuando contaba ella 19 años.
En carta que siempre guardó y todavía se conserva, el médico Agustín Mayor comunicaba a su hija la noticia: iba a tener una segunda madre; se había casado el día 3 de junio a las 5 de la mañana en la colegiata de San Nicolás con la alicantina Tremedal Méndez López, viuda de su hermano.
Reseña el evento un diario político conservador alicantino de la época - El Graduador (5 de junio de 1908) - citando a los padrinos D. Eusebio Mayor, “joven abogado y primer Teniente Alcalde de Polop” y Sra. Desamparados Sanchis Fuster de Berenguer; y como asistentes al “acaudalado propietario” Pedro Berdín y la “bellísima señorita” Guillermina Iborra (tía de Guillermina Iborra Baldó), al mismo tiempo que deseaba a los desposados “parabienes en su nuevo estado y una luna de miel interminable”. Pero se truncan estos deseos aguando en inicio la luna de miel: una filtración desvela el secreto de la boda, se propala la noticia y les hacen cencerrada.
Gente joven de medio pueblo apostada en Els Tres Pontets pasa la noche y aguarda el amanecer de la mañana fresca de junio. Aparece lenta la tartana que zarandea y da saltos en las guijas de la carretera; la luz del fanalillo apenas se percibe - es ya casi de día - pero alertan chirridos de llanta de ruedas y los cascabeles de las colleras.
La algarada de mozallones se arremolina entorno al carruaje. Suenan cacerolas, matracas y trompas, adufes, platillos y bombo, zumbas y sartalejos de cencerros. Suelta riendas y salta del carro el médico muy mohíno, y entre los mozos que cencerrean reconoce a familiares; y todavía se irrita más. Doña Tremedal, tocada de sombrero y medias galas de recién casada en viaje de boda porfía desde el estribo: “¡Agustín, Agustín, por favor no te pierdas. Agustín…!”, sin entender nada de lo que allí estaba sucediendo.
Guardó el médico mal recuerdo de la ocasión y si tenía que visitar algún enfermo que en ella hubiera participado murmuraba quedo: “a eixe… a eixe li donaria jo oli de ricí; oli de ricí és el que es mereix…” con toque de resentido.
Por lo sucedido al padre Luisa Mayor trató de evitar tropelías en su boda; pero no lo consiguió, para ella hubo también sonada de cencerros.

Romería de San Roque en el año 1953. Llevan las andas Plácido Duarte, segundo marido de Luisa Mayor, en la parte trasera; en la delantera, Vicente Tormo y José Masanet.
(Fotografía del Archivo Familiar)
 Trascurrió plácida en su chalé la viudedad y vida conyugal de esta señora. Devota y piadosa socorre a pobres, acude a necesitados, y presta ayudas a las misiones extranjeras de los FF.MM. Capuchinos colaborando en su Obra Seráfica de Misas. Participa en actos pro-canonización del Patriarca Juan de Ribera y pertenece a asociaciones seglares pías: es Sierva de la Virgen María, Camarera en diversas cofradías, Terciaria franciscana, Hija de María (cinta ancha) y Celadora del Sagrado Corazón, cuya imagen y rayada, bandera del Apostolado de la Oración y estandarte sufragó con alhajas del primer marido; el altar de su capilla en nuestra parroquia fue votivo: una plaquita comba de escayola mostraba la inscripción - ya desaparecida - : “En sufragio del alma de Arcadio Gonzálbez”.
Celebró en su casa horas vespertinas de rezo, triduos y novenas a la Virgen de Lourdes, san Antonio y san José de los que se proclamaba devota.
Sin menoscabo en su vida de devoción y piedad compatibiliza el fervor haciéndolo acorde y complementando con su talante de mujer abierta, tolerante, de hábitos avanzados a su época, gran amante de las tertulias con amigos, el cine y las lecturas. Educada y afable conversadora, el mirador de su casa en atardeceres frescos de verano fue el punto de reunión y coloquio de familiares y amigos. Y por las noches, casi todos los días, no perdía su sesión de cine en la Pista. En tardes de domingo de invierno fue asidua del Coliseo, en cuya fila 7 lateral derecha se sentaba, mitigando el frío - a veces, muy crudo - con las ascuas del curioso braserillo-estuche de mano que traía. Allí veía las películas de sus actores favoritos para comentar luego el trabajo y mostrar sus preferencias.
Le fascinaba la figura de María Felix, su cabellera, el arrojo y brío de la mejicana eran para ella referentes; con Jean Renoir – pensaba - había culminado la perfección; era el director que necesitaba. La firmeza de Cark Gable y su decisión hacían de él su galán preferido, sin poder con las flemas de Marlon Brando, para ella tan imprevisible unas veces como taimado otras. Desconocemos si  “El último tango en París” (que vio en uno de sus viajes a la ciudad en 1973) pudo hacer cambiar su opinión y hasta llegara a captar, en edad ya tan provecta, la esencia del mensaje de la película de Bertolucci.
Las actrices italianas de la época (Gina Lollobrigida y Sofía Loren, en su inicio) le parecían vulgares; compadecía y le conmovían los pequeños actores (Pablito Calvo, Joselito, Marisol) hasta no poder resistir verlos actuar; la niñez – decía - era para jugar e ir a la escuela, no para sacar a los pequeños de su mundo y hacerles trabajar.
En sus tertulias bebe café, fuma cigarrillos, y toma su copita de coñac. Y cuando los amigos la halagan encomiando su buen aspecto y preguntan qué hace para mantenerse joven, responde: “soy hija de médico; mi padre me enseñó a cuidarme, como sólo lo que debo” Y era verdad; de niña, el padre viéndola tan delicada, le hacía tomar pastillas fosfatadas del Dr. Klein, extractos de hígado de bacalao, vinos de peptonas y Ceregumil  para atajar sus achaques y convalecencias. Después, de mayor, tomaba siempre vitaminas en primavera.
Su comportamiento no fue de señora lugareña cacique y déspota; al contrario, se mostraba afable a convecinos con trato educado de extrema cordialidad. Y mucho menos fue la devota escrupulosa y gazmoña, no iba con su manera de ser; aún siendo octogenaria, su talante le hacía ver con empatía y agrado muchos hábitos de la juventud que a ella, en la suya, bien le hubiera gustado practicar.
Caminaba debajo de los almendros entre los naranjos del huerto y revisaba el bancal de hortalizas; cogía manzanas, higos regañados o mandarinas según estación del año. Regaba las macetas de geranios, cuidaba sus dalias, peonías y rosales y olía los dondiegos y jazmines del jardín que desbordaban sobre la fuente de Los Chorros.
Iba a pasar navidades y segundo domingo de mayo - Virgen de los Desamparados - a Valencia donde residían familiares y tenía amigos. Allí frecuentaba el salón Ateneo y el Micalet, paseaba con amigas por la calle de Caballeros o se sentaba en Sta. Catalina. Después de oir misa los domingos en la catedral o el Patriarca visitaba el camerín de la Virgen en la basílica; por la tarde, iba al cine o a la primera sesión del Teatro Principal.
El azar del tiempo poco a poco va cambiando la situación. Las entradas por arriendos antiguos y medias del campo menguan. La mano de obra escasea, va siendo difícil encontrarla y su elevado costo imposibilita las labores en sus tierras.
Busca ayudas, intenta solicitar pensión de vejez o viudedad pero no alcanza años la cotización, ni estuvo suficiente tiempo casada. Pide y le deniegan subsidio como huérfana de Médico Titular justificando nuestro Ayuntamiento la negativa en la falta de antecedentes de su contabilidad.
Su hacienda no puede mantenerse más, tiene que ir deshaciéndose de ella. Con las ayudas y asistencia de su sobrina Amparo Mayor Ribes, a quien nombra su heredera, logra en última instancia salvar de la venta su propia casa.
Y quedan las tertulias en el mirador de Luisa Mayor junto a amigos y familiares en el recuerdo de muchos polopinos. Evocando aquellas gentes se podría tener la impresión de haber asistido a las postrimerías de unas formas de entender y vivir las relaciones humanas; de haber presenciado algo así como un Bearn a la polopina: unos modos, unas maneras de proceder, un mundo de civismo y cultura social con sus normas y protocolos se iba extinguiendo y, ya obsoleto, desapareció.

Familiares y amigos en el jardín del Chalé. De derecha a izquierda: Luisa Mayor, Plácido Duarte, Eugenia Llorca, una sobrina de Luisa Mayor, Rosalía Castells, Amparo Mayor, Jerónimo Llorca, Consuelo y Agustín Mayor.
 (Fotografía del Archivo Familiar)
Pero poco importa, lo primordial y trascendente es percibir todavía su huella, y que Villa Pepita, el chalet dels xorros, obra novecentista de aquella sociedad, haya quedado. Este acervo arquitectónico del pueblo, bien vecinal de los polopinos, continuará ahí. Ya no desaparecerá.



           
 
           

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